Acudí
aquella tarde a tomar un café en el bar cercano a mi casa. Había poca gente, algo
que venía ocurriendo desde hacía meses. En la barra pude observar un hombre de
mediana edad con aspecto cuidado. Era de complexión delgada, su cara denotaba
tristeza, desilusión; una mezcla de abatimiento que también se reflejaba en su
mirada gris y apagada, sin brillo. Tenía un aire frágil que provocaba cierta
ternura. Un paraguas negro reposaba sobre su pierna izquierda mientras consumía
una bebida que no alcancé a identificar. A los pocos minutos entró en la
cafetería un joven de unos treinta años, que pasó por su lado. En ese momento
vi cómo el hombre de aire frágil empujó deliberadamente su paraguas para que
cayera al suelo, e inmediatamente el joven se agacho a cogerlo para
entregárselo con una sonrisa en su rostro. Ambos entablaron una conversación
hasta que el joven terminó de beber su café y con un apretón de manos se
despidió. Me quedé un poco más en mi mesa observando a aquel hombre de aire
frágil. Éste nuevamente apoyó su paraguas en la pierna que tenía más cerca del
pasillo y cuando entró otra persona en la cafetería no dudo en volver a empujar
su paraguas al suelo para provocar la repetición del suceso anterior. Esta vez
lo recogió un hombre de mayor edad con el que igualmente conversó unos breves
instantes.
“La
soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo”. Gustavo
Adolfo Bécquer
El hombre
de aire frágil solamente pretendía paliar su honda soledad. Estaba solo y se
sentía solo. Necesitaba que alguien le prestara atención, hablar y que le
escucharan, aunque fuera por unos minutos. ¿Cuántas personas viven en grandes
ciudades rodeados de gente y se sienten profundamente solas? Más de las que
imaginamos. La soledad es necesaria en muchos momentos, es elegida, deseada y
buscada para estar con nosotros mismos, para realizar actividades creativas,
para relajarnos, para pensar, para escuchar música, para leer. Esos momentos se
disfrutan y son gratificantes, pero uno sabe que cuenta con apoyo social y
emocional, ya sea de pareja, familiar y/o amistades, que están en nuestra vida
cuando lo deseamos y cuando no lo deseamos también. Sentirse solo es muy
diferente de estar solo. Las personas que se sienten solas pueden llegar a
experimentar un gran vacío, sensación de aislamiento, de desamparo, de no
importar a nadie, de no ser comprendidos por nadie, de no conectar o estar en
sintonía con nadie. Se puede estar rodeado de gente, incluso que te quiere, y
sentirse completamente solo. Esto provoca gran malestar que puede alargarse en
el tiempo y al que se puede llegar por distintas causas.
“Estamos
solos, vivimos solos, morimos solos. Sólo a través de nuestro amor y la amistad
podemos crear la ilusión por un momento de que no estamos solos”. Orson
Welles
En este
texto nos vamos a centrar en la amistad, que por lo general perdura más que el
amor de pareja. ¿Cuidamos a los amigos que vamos haciendo en diferentes
momentos de la vida? Esa es una de las claves para mantener una amistad
duradera. Lo más común es que por diversas circunstancias nos vayamos
distanciando, que con el paso de los años los contactos se vean restringidos a
felicitaciones en navidad, cumpleaños y poco más. Con suerte, a veces surgen
reuniones o encuentros puntuales a los que acudimos llenos de ilusión esperando
encontrarnos a ése que fue nuestro amigo, pero descubrimos con cierta tristeza
que ha cambiado, no solamente físicamente sino también en ciertos aspectos que
le caracterizaban. Tras conversar con él un rato con frases que suelen comenzar
con “te acuerdas cuando…”, y ponernos al día, muy por encima, de las
vicisitudes acontecidas en ese periodo de tiempo, comprobamos que nos tenemos
que esforzar por mantener una conversación en la que no nos atrevemos a
profundizar en temas personales; no vaya a ser que se pueda molestar. Lo cierto
es que, queramos o no, todos vamos cambiando, vamos madurando, por lo que es
conveniente hacerlo en compañía de esos queridos amigos. Estar de alguna forma
presentes en sus vidas, en ese proceso de evolución, y que ellos estén en el
nuestro para no encontrarnos al cabo de los años con posibles desconocidos que
un día fueron nuestros amigos. También puede suceder que sintamos el impulso de
buscarlos en redes sociales de internet y tras encontrarlos esbocemos una
sonrisa empapada en nostalgia, sin atrevernos a entrar en su mundo por
considerar que ya no compartimos con ellos absolutamente nada, más que el
recuerdo deformado por el tiempo.
“No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”.
Platón
En otras ocasiones, aunque hayan pasado muchos años
sin tener contacto, comprobamos con gran satisfacción que estamos a gusto con
nuestro viejo amigo. Parece que el tiempo no haya trascurrido, que reímos y
conversamos como lo hacíamos antaño. Incluso nos tiende su mano para ayudarnos
en caso necesario. Nos da la impresión que la esencia de la persona no ha
cambiado ni nuestra amistad tampoco. Entonces nos preguntamos cómo es posible
que no tengamos contacto más a menudo, dejando pasar la vida sin disfrutas de
esos gratos momentos en su compañía.
“Los
amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma
con ganchos de acero”. William Shakespeare
Los vínculos más grandes que se establecen entre
personas son cuando se comparten emociones intensas, confidencias, problemas,
ilusiones, experiencias, situaciones, vivencias, gustos, aficiones, formas de
pensar o ideologías, objetivos y metas. Los verdaderos amigos que están en los
momentos buenos de la vida también están en los momentos de abatimiento,
tristeza o infortunio. Es en estos últimos casos cuando las personas nos damos
cuenta si los lazos de unión son realmente fuertes al contar con el apoyo y
compañía que se desea recibir.
“Amigo es el
que en la prosperidad acude al ser llamado y en la adversidad sin serlo”.
Demetrio de Falero
Durante la adolescencia y la juventud, cuando todo
se vive con mucha intensidad, es natural hacer grandes amistades en el
instituto, la universidad o sitios frecuentados. Con ellas se comparten sucesos
que van acaeciendo, aprendizajes de diversos tipos, secretos, anhelos,
aventuras, desengaños, estados de ánimo que vienen aparejados con estar
enamorado o sufrir desamor, por ejemplo. A esas edades suele ser frecuente que
los chicos y chicas depositen mucha confianza en un grupo de amigos con el que
de alguna manera se identifican, y hacen de ellos su mayor apoyo y/o refugio,
trasladando a la familia a un segundo plano. Las alegrías son mayores al
disfrutarlas con un amigo o al contárselas, y también las penas se aliviaban en
ese hombro comprensivo en el que poder llorar. En esas etapas de la vida son
necesarios los amigos para continuar nuestro proceso de desarrollo personal y
en la adolescencia para encontrar nuestra propia identidad. ¿Quién no se
acuerda o conserva una querida amistad de esta época?
Tener una buena red de amistades es un excelente
modo de preservar la salud psicológica. El apoyo a nivel emotivo-afectivo que
pueden prestar los buenos amigos en momentos complicados de la vida es un
respaldo muy valioso. Entre otras muchas cuestiones, seguramente nos gustaría
que nuestros amigos supieran escuchar sin juzgar, que no dieran consejos que no
se han pedido, que aportasen ideas o sugerencias que nos hagan ver un nuevo
camino pero sin imponer su criterio, que respetasen nuestras decisiones, que
nos comprendieran aunque no estuvieran de acuerdo con nosotros, que nos
acompañasen en circunstancias adversas de la vida, que nos ayudasen de forma
incondicional y desinteresada sin necesidad de pedirlo, que nos demuestren que
verdaderamente nos estiman.
“El que busca
un amigo sin defectos se queda sin amigos”. Proverbio turco
El amigo
perfecto no existe porque en ese caso no sería humano. Todos tenemos defectos y
cometemos errores, aun poniendo nuestra mejor intención. El hecho de ser
conscientes de esto no impide que suframos decepciones de vez en cuando, máxime
si se tienen expectativas muy elevadas sobre la amistad. Nos podemos sentir
defraudados por algunos amigos que pensamos que no estuvieron a la altura de
las circunstancias en ciertos momentos, que no hicieron lo que nosotros
hubiéramos hecho por ellos, que no nos correspondieron. El malestar se hace más
intenso si consideramos que nosotros nos desvivimos por ayudarles cuando lo
necesitaron. Olvidamos que los favores no son moneda de cambio, se hacen sin
pensar que algún día deberán ser devueltos en el momento que nosotros
consideremos oportuno. En esas ocasiones el sentimiento de desilusión y
frustración suele ser grande, y no nos paramos a reflexionar en posibles causas
que pueden estar influyendo en el comportamiento de esa persona. Por ejemplo:
ese amigo tal vez esté atravesando por problemas sin que nosotros lo sepamos o
por un periodo de su vida en el que, sin pretender alejarse de nosotros, le
tengan pendientes de otros temas u otras personas. Puede suceder también que si
no se lo decimos de forma clara no se percate de que le necesitamos en esos
momentos, que no sea capaz de leer nuestros pensamientos. Es muy habitual
imaginar que para las personas que nos conocen bien es obvio saber lo que nos
hace falta o queremos, pero es
complicado anticiparse a los deseos de alguien si no les hacemos partícipes de
ellos. Tampoco es adecuada la creencia de que las amistades tienen que estar
continuamente pendiente de nosotros, pues ellos también atienden sus propios
asuntos, problemas, inquietudes y anhelos. Por supuesto, si nuestro pensamiento
es que nos han “fallado” seguramente lo sigamos manteniendo durante un tiempo,
aunque es aconsejable analizar otros posibles factores que nada tienen que ver
con lo que en un primer momento creemos. Cada persona tiene su personal y
particular visión de las cosas y lo que
para unos es motivo de enfado para otros no tiene importancia. En cualquier
caso, de la misma forma que nos gusta que nos acepten tal como somos, nosotros
tendríamos aceptar y querer a los amigos con sus defectos y virtudes.
Igualmente debemos respetar sus elecciones de cuándo y cómo ayudar según su
criterio, circunstancias y escala de valores.
“Tómate tiempo
en escoger un amigo, pero sé más lento aún en cambiarlo”. Benjamin Franklin
Los buenos
amigos se enfadan alguna que otra vez, pero hay que tener cuidado de no dañar
la amistad y que este enojo no llegue a un punto irreversible. Hay que intentar
o aprender a manifestar algo que nos sentó mal desde una postura asertiva. La
otra persona nos escuchará y entenderá mejor nuestro punto de vista si lo
hacemos de esta manera. Las relaciones interpersonales no siempre son tan
fáciles como desearíamos, focalizamos la atención en los defectos y errores de
los demás sin darnos cuenta de los nuestros, que también los tenemos. Por eso
hay que saber relativizar, practicar la tolerancia, la empatía y la
flexibilidad. Es muy doloroso perder a un viejo amigo por cosas que si se
piensan fríamente no tienen la importancia que le damos en un primer momento.
Si hacemos el ejercicio de poner en una balanza las cosas negativas y las
positivas que nos está aportando esa persona a lo largo del tiempo que
mantenemos amistad, seguramente la balanza se inclina muy acusadamente hacia el
lado positivo. Si buscamos motivos por los que estarle agradecidos también
encontraremos bastantes, y más grato todavía sería, tanto para nuestro amigo
como para nosotros mismos, hacérselos llegar en forma de carta.
“No hay riqueza
tan segura como un amigo seguro”. Juan Luis Vives
Caminamos por
las sendas de la vida solos. Debemos ser independientes, autosuficientes, con
recursos y habilidades para resolver problemas, pero quien tiene un amigo tiene
un tesoro, que seguramente él ha sabido cuidar y mantener en el tiempo. Se
camina con más confianza, más seguridad, más bienestar emocional cuando sabemos
que tenemos alguien con quien compartir penas y alegrías, que aunque estemos
solos por diversos motivos, no nos sentimos solos porque ese amigo hace que
nuestra vida sea más valiosa y gratificante, que está para extender su mano si
alguna vez la necesitamos. Del mismo modo que nosotros le tendemos la nuestra.
Ana de Mingo