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    Artículos de Ana de Mingo

    Artículos de Ana de Mingo
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  Artículos de Ana de Mingo 

    UN VERDADERO AMIGO, UN TESORO

Acudí aquella tarde a tomar un café en el bar cercano a mi casa. Había poca gente, algo que venía ocurriendo desde hacía meses. En la barra pude observar un hombre de mediana edad con aspecto cuidado. Era de complexión delgada, su cara denotaba tristeza, desilusión; una mezcla de abatimiento que también se reflejaba en su mirada gris y apagada, sin brillo. Tenía un aire frágil que provocaba cierta ternura. Un paraguas negro reposaba sobre su pierna izquierda mientras consumía una bebida que no alcancé a identificar. A los pocos minutos entró en la cafetería un joven de unos treinta años, que pasó por su lado. En ese momento vi cómo el hombre de aire frágil empujó deliberadamente su paraguas para que cayera al suelo, e inmediatamente el  joven se agacho a cogerlo para entregárselo con una sonrisa en su rostro. Ambos entablaron una conversación hasta que el joven terminó de beber su café y con un apretón de manos se despidió. Me quedé un poco más en mi mesa observando a aquel hombre de aire frágil. Éste nuevamente apoyó su paraguas en la pierna que tenía más cerca del pasillo y cuando entró otra persona en la cafetería no dudo en volver a empujar su paraguas al suelo para provocar la repetición del suceso anterior. Esta vez lo recogió un hombre de mayor edad con el que igualmente conversó unos breves instantes.

“La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo”. Gustavo Adolfo Bécquer

El hombre de aire frágil solamente pretendía paliar su honda soledad. Estaba solo y se sentía solo. Necesitaba que alguien le prestara atención, hablar y que le escucharan, aunque fuera por unos minutos. ¿Cuántas personas viven en grandes ciudades rodeados de gente y se sienten profundamente solas? Más de las que imaginamos. La soledad es necesaria en muchos momentos, es elegida, deseada y buscada para estar con nosotros mismos, para realizar actividades creativas, para relajarnos, para pensar, para escuchar música, para leer. Esos momentos se disfrutan y son gratificantes, pero uno sabe que cuenta con apoyo social y emocional, ya sea de pareja, familiar y/o amistades, que están en nuestra vida cuando lo deseamos y cuando no lo deseamos también. Sentirse solo es muy diferente de estar solo. Las personas que se sienten solas pueden llegar a experimentar un gran vacío, sensación de aislamiento, de desamparo, de no importar a nadie, de no ser comprendidos por nadie, de no conectar o estar en sintonía con nadie. Se puede estar rodeado de gente, incluso que te quiere, y sentirse completamente solo. Esto provoca gran malestar que puede alargarse en el tiempo y al que se puede llegar por distintas causas.

“Estamos solos, vivimos solos, morimos solos. Sólo a través de nuestro amor y la amistad podemos crear la ilusión por un momento de que no estamos solos”. Orson Welles 

En este texto nos vamos a centrar en la amistad, que por lo general perdura más que el amor de pareja. ¿Cuidamos a los amigos que vamos haciendo en diferentes momentos de la vida? Esa es una de las claves para mantener una amistad duradera. Lo más común es que por diversas circunstancias nos vayamos distanciando, que con el paso de los años los contactos se vean restringidos a felicitaciones en navidad, cumpleaños y poco más. Con suerte, a veces surgen reuniones o encuentros puntuales a los que acudimos llenos de ilusión esperando encontrarnos a ése que fue nuestro amigo, pero descubrimos con cierta tristeza que ha cambiado, no solamente físicamente sino también en ciertos aspectos que le caracterizaban. Tras conversar con él un rato con frases que suelen comenzar con “te acuerdas cuando…”, y ponernos al día, muy por encima, de las vicisitudes acontecidas en ese periodo de tiempo, comprobamos que nos tenemos que esforzar por mantener una conversación en la que no nos atrevemos a profundizar en temas personales; no vaya a ser que se pueda molestar. Lo cierto es que, queramos o no, todos vamos cambiando, vamos madurando, por lo que es conveniente hacerlo en compañía de esos queridos amigos. Estar de alguna forma presentes en sus vidas, en ese proceso de evolución, y que ellos estén en el nuestro para no encontrarnos al cabo de los años con posibles desconocidos que un día fueron nuestros amigos. También puede suceder que sintamos el impulso de buscarlos en redes sociales de internet y tras encontrarlos esbocemos una sonrisa empapada en nostalgia, sin atrevernos a entrar en su mundo por considerar que ya no compartimos con ellos absolutamente nada, más que el recuerdo deformado por el tiempo.

“No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad”. Platón 

En otras ocasiones, aunque hayan pasado muchos años sin tener contacto, comprobamos con gran satisfacción que estamos a gusto con nuestro viejo amigo. Parece que el tiempo no haya trascurrido, que reímos y conversamos como lo hacíamos antaño. Incluso nos tiende su mano para ayudarnos en caso necesario. Nos da la impresión que la esencia de la persona no ha cambiado ni nuestra amistad tampoco. Entonces nos preguntamos cómo es posible que no tengamos contacto más a menudo, dejando pasar la vida sin disfrutas de esos gratos momentos en su compañía.

“Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba / engánchalos a tu alma con ganchos de acero”. William Shakespeare  

Los vínculos más grandes que se establecen entre personas son cuando se comparten emociones intensas, confidencias, problemas, ilusiones, experiencias, situaciones, vivencias, gustos, aficiones, formas de pensar o ideologías, objetivos y metas. Los verdaderos amigos que están en los momentos buenos de la vida también están en los momentos de abatimiento, tristeza o infortunio. Es en estos últimos casos cuando las personas nos damos cuenta si los lazos de unión son realmente fuertes al contar con el apoyo y compañía que se desea recibir.

“Amigo es el que en la prosperidad acude al ser llamado y en la adversidad sin serlo”. Demetrio de Falero

Durante la adolescencia y la juventud, cuando todo se vive con mucha intensidad, es natural hacer grandes amistades en el instituto, la universidad o sitios frecuentados. Con ellas se comparten sucesos que van acaeciendo, aprendizajes de diversos tipos, secretos, anhelos, aventuras, desengaños, estados de ánimo que vienen aparejados con estar enamorado o sufrir desamor, por ejemplo. A esas edades suele ser frecuente que los chicos y chicas depositen mucha confianza en un grupo de amigos con el que de alguna manera se identifican, y hacen de ellos su mayor apoyo y/o refugio, trasladando a la familia a un segundo plano. Las alegrías son mayores al disfrutarlas con un amigo o al contárselas, y también las penas se aliviaban en ese hombro comprensivo en el que poder llorar. En esas etapas de la vida son necesarios los amigos para continuar nuestro proceso de desarrollo personal y en la adolescencia para encontrar nuestra propia identidad. ¿Quién no se acuerda o conserva una querida amistad de esta época?

Tener una buena red de amistades es un excelente modo de preservar la salud psicológica. El apoyo a nivel emotivo-afectivo que pueden prestar los buenos amigos en momentos complicados de la vida es un respaldo muy valioso. Entre otras muchas cuestiones, seguramente nos gustaría que nuestros amigos supieran escuchar sin juzgar, que no dieran consejos que no se han pedido, que aportasen ideas o sugerencias que nos hagan ver un nuevo camino pero sin imponer su criterio, que respetasen nuestras decisiones, que nos comprendieran aunque no estuvieran de acuerdo con nosotros, que nos acompañasen en circunstancias adversas de la vida, que nos ayudasen de forma incondicional y desinteresada sin necesidad de pedirlo, que nos demuestren que verdaderamente nos estiman.

“El que busca un amigo sin defectos se queda sin amigos”. Proverbio turco

El amigo perfecto no existe porque en ese caso no sería humano. Todos tenemos defectos y cometemos errores, aun poniendo nuestra mejor intención. El hecho de ser conscientes de esto no impide que suframos decepciones de vez en cuando, máxime si se tienen expectativas muy elevadas sobre la amistad. Nos podemos sentir defraudados por algunos amigos que pensamos que no estuvieron a la altura de las circunstancias en ciertos momentos, que no hicieron lo que nosotros hubiéramos hecho por ellos, que no nos correspondieron. El malestar se hace más intenso si consideramos que nosotros nos desvivimos por ayudarles cuando lo necesitaron. Olvidamos que los favores no son moneda de cambio, se hacen sin pensar que algún día deberán ser devueltos en el momento que nosotros consideremos oportuno. En esas ocasiones el sentimiento de desilusión y frustración suele ser grande, y no nos paramos a reflexionar en posibles causas que pueden estar influyendo en el comportamiento de esa persona. Por ejemplo: ese amigo tal vez esté atravesando por problemas sin que nosotros lo sepamos o por un periodo de su vida en el que, sin pretender alejarse de nosotros, le tengan pendientes de otros temas u otras personas. Puede suceder también que si no se lo decimos de forma clara no se percate de que le necesitamos en esos momentos, que no sea capaz de leer nuestros pensamientos. Es muy habitual imaginar que para las personas que nos conocen bien es obvio saber lo que nos hace falta o queremos,  pero es complicado anticiparse a los deseos de alguien si no les hacemos partícipes de ellos. Tampoco es adecuada la creencia de que las amistades tienen que estar continuamente pendiente de nosotros, pues ellos también atienden sus propios asuntos, problemas, inquietudes y anhelos. Por supuesto, si nuestro pensamiento es que nos han “fallado” seguramente lo sigamos manteniendo durante un tiempo, aunque es aconsejable analizar otros posibles factores que nada tienen que ver con lo que en un primer momento creemos. Cada persona tiene su personal y particular visión de las cosas y lo  que para unos es motivo de enfado para otros no tiene importancia. En cualquier caso, de la misma forma que nos gusta que nos acepten tal como somos, nosotros tendríamos aceptar y querer a los amigos con sus defectos y virtudes. Igualmente debemos respetar sus elecciones de cuándo y cómo ayudar según su criterio, circunstancias y escala de valores.

“Tómate tiempo en escoger un amigo, pero sé más lento aún en cambiarlo”. Benjamin Franklin

Los buenos amigos se enfadan alguna que otra vez, pero hay que tener cuidado de no dañar la amistad y que este enojo no llegue a un punto irreversible. Hay que intentar o aprender a manifestar algo que nos sentó mal desde una postura asertiva. La otra persona nos escuchará y entenderá mejor nuestro punto de vista si lo hacemos de esta manera. Las relaciones interpersonales no siempre son tan fáciles como desearíamos, focalizamos la atención en los defectos y errores de los demás sin darnos cuenta de los nuestros, que también los tenemos. Por eso hay que saber relativizar, practicar la tolerancia, la empatía y la flexibilidad. Es muy doloroso perder a un viejo amigo por cosas que si se piensan fríamente no tienen la importancia que le damos en un primer momento. Si hacemos el ejercicio de poner en una balanza las cosas negativas y las positivas que nos está aportando esa persona a lo largo del tiempo que mantenemos amistad, seguramente la balanza se inclina muy acusadamente hacia el lado positivo. Si buscamos motivos por los que estarle agradecidos también encontraremos bastantes, y más grato todavía sería, tanto para nuestro amigo como para nosotros mismos, hacérselos llegar en forma de carta.

“No hay riqueza tan segura como un amigo seguro”. Juan Luis Vives

Caminamos por las sendas de la vida solos. Debemos ser independientes, autosuficientes, con recursos y habilidades para resolver problemas, pero quien tiene un amigo tiene un tesoro, que seguramente él ha sabido cuidar y mantener en el tiempo. Se camina con más confianza, más seguridad, más bienestar emocional cuando sabemos que tenemos alguien con quien compartir penas y alegrías, que aunque estemos solos por diversos motivos, no nos sentimos solos porque ese amigo hace que nuestra vida sea más valiosa y gratificante, que está para extender su mano si alguna vez la necesitamos. Del mismo modo que nosotros le tendemos la nuestra.

Ana de Mingo

 

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